
Hay personas que deciden hacerle daño a la iglesia del Señor y a pesar de las oportunidades que Dios les da de arrepentirse, siguen provocando males a la iglesia. Este hombre a quien llamaré Dámaso probó la misericordia pero también el juicio de Dios.
Pastoreaba una iglesia en las afueras de la ciudad. Los miembros eran personas sencillas pero con un gran amor hacia el Señor. Como era de esperarse, comencé a enseñarles acerca de la oración y el ayuno. Les hablé de que cuando la iglesia se une en oración Satanás retrocede.
Un hombre de la comunidad sintió un gran odio por la iglesia. Se expresaba mal de mi persona y decía cosas muy hirientes de los miembros. Yo veía aquello hasta cierto punto normal, ya que la iglesia del Señor siempre encontrará oposición y personas que la aborrezcan. Pero una cosa son las palabras y otra las acciones.
Comenzamos a encontrar animales muertos dentro del auditorio del templo. En ese entonces no había muro sino cercos de alambre, tampoco teníamos ventanas de madera o vidrio por lo cual era fácil entrar y depositar cualquier objeto. Hallábamos ratas, gallinas y perros en estado de descomposición, aun en el altar.

Junto con los hermanos nos tocaba lavar aquella inmundicia para poder llevar a cabo nuestros cultos, aunque el olor que quedaba era insoportable. Aquel ambiente era hostil. Esto pasó por varias semanas. Yo oraba mucho al Señor y comenzamos a orar con toda la iglesia haciendo ayunos. Pedíamos al Señor que tocara a esas personas para que dejaran de hacer semejante mal.
Un día, Dámaso confesó a unos amigos que él era quien tiraba animales muertos en la iglesia porque le caían mal los hermanos y sobre todo ese pastor que a saber qué se cree, decía. Cuando me enteré fui a hablar con él. Le pedí que cesara sus ataques a la iglesia porque no le habíamos hecho ningún mal. Incluso lo invité a los cultos.
Pensé ingenuamente que iba a despertar su interés con mi propuesta, pero fue todo lo contrario, desperté su furia. Como los ataques siguieron nosotros seguimos orando. Una tarde él se subió a un palo (árbol) de coco muy alto. De repente perdió el equilibrio y cayó. Se estrelló sobre una malla ciclón y deshizo un poste de concreto pequeño con su caída. Todos pensaron que había fallecido, pero solo se quebró una costilla y unos cuantos raspones.
Fui a verlo para decirle que Dios había tenido misericordia de él. Logré que fuera a la iglesia aunque no quiso entregar su vida a Jesús. Pasados unos días se fue de la congregación y comenzaron sus ataques de nuevo. Cierto día orando al Señor, sentí una gran desesperación de orar por él. Así lo hice. Yo respeto mucho cuando Dios pone ese sentir en mi vida.
Oré y ayuné por él. Envié dos líderes de la congregación para invitarlo al culto dominical. Ellos le contaron que yo estaba orando mucho por él y que le mandaba a pedir que fuera a la iglesia porque Dios quería salvarlo. Dámaso dijo que si, que lo pasaran buscando a la hora del culto. Los líderes fueron a su casa pero él no estaba. Por la tarde Dámaso estaba tomando licor con unos amigos y al ver pasar a los hermanos se burló de ellos. – Pobrecitos los hermanitos, los engañé. Pensaron que iría con ellos a escuchar a ese pastor gritón. Lo decía carcajeándose. – los hermanos no dijeron nada.
Al siguiente día por la mañana, Dámaso siguió tomando con sus amigos y se fueron para un cañal a la orilla de un pequeño río. Nadie sabe cómo sucedió. Dicen que él se quedó solo. Pero estando tan ebrio, cayó boca abajo en el grueso y fino polvo que se genera a la orilla de los cañales. Cayó y no pudo levantarse. Aspiro el polvo, sus pulmones colapsaron y murió asfixiado. Pasó desde la mañana hasta la tarde en esa posición.

Cuando lo encontraron, su piel estaba desecha por sol, algunos animales de rapiña habían llegado para comer su cuerpo. Su madre y sus hermanos lloraban. Nosotros en la iglesia estábamos a esa hora en nuestro culto de oración adorando a Jesús. Al finalizar el culto fuimos a la casa de Dámaso, su cuerpo estaba en una cama de pitas con petate.
Allí yacía inerte, polvoso y frío. Tenía menos de 30 años. Unas lágrimas salieron de mis ojos. En mi mente pensaba: “Si tan solo hubiera valorado las oportunidades que el Señor le dio, si no hubiera dañado la iglesia con tanta saña, si hubiera ido al culto de ayer cuando lo invitamos, no estaría ahora quemándose en el fuego eterno. Ya es tarde Dámaso, ya es tarde. Nada puedo hacer por ti, pero limpio soy de tu sangre”.
Lo más triste es que la madre me dijo: – Verdad pastor, que mi hijo esta en el cielo con Dios… Por respeto no respondí, solo me retiré. Porque yo sé por la Biblia que Dámaso no está en el cielo sino en un lugar terrible.

Mis hermanos y amigos, Dios en su misericordia nos da muchas oportunidades de arrepentimiento antes que llegue el momento de partir a la eternidad. Quizá en este momento te este llamado a ti querido lector a volverte al Señor. ¿Quieres entregar tu vida a Jesucristo ahora mismo antes que sea muy tarde? ¿Quieres reconciliarte con el Señor? Escríbeme para ayudarte.
Pastor Henry Cerna.
Telegram @henrycernaorg
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