Mi esposo murió hace 22 años pero todavía lo odio.

Cuando llegamos a odiar a una persona, creemos que si esa persona desaparece de nuestra vida o si muere, nos daremos por satisfechos y nuestro corazón se sanará. Mis amigos, nada más lejos de la verdad. Aprende en este artículo cómo el odio te destruye y cuál es la verdadera cura para sanar el corazón.

Krissia es una señora de 67 años, su rostro refleja mal carácter y mucho sufrimiento. Cuando habla, va directo al grano y no tiene mucha paciencia. Llegó a mi oficina para una consejería ya que enfrentaba muchas enfermedades, problemas emocionales y además un fuerte tormento en su mente.

Mire pastor, yo no sé que me pasa. Soy una mujer infeliz, no me llevo bien con mis hijos, estoy enferma y siento una gran ira contra todas las personas. ¿Será que estoy endemoniada? O a lo mejor me han hecho brujería. ¿Qué sé yo? Dígame algo usted.

Cuando indagué lo suficiente, ella me contó que era viuda. Mi esposo murió hace 22 años pero todavía lo odio con todas mis fuerzas. Espero se esté quemando en lo más profundo del infierno. Yo jamás me volví a casar y no necesito a un hombre en mi vida porque los hombres, con el perdón suyo, son lo peor en este mundo.

Comprendí de inmediato que había una raíz de amargura muy profunda en ella. Le pedí que me contara cómo habían sido los años de casada a lo cual me respondió que fueron años malos, de dolor, de mucho sufrimiento y que cada día se arrepentía de haberse metido con ese hombre.

Me contó que su exesposo se emborrachaba continuamente. Cuando llegaba a la casa la golpeaba a ella y a sus hijos. Ella trataba de defenderlos como una leona pero el hombre la golpeaba y la dejaba inconsciente. Al siguiente día, él actuaba como que si nada había pasado. De hecho, ella descubrió que él tenía otro hogar con hijos.

Lo aborrecí tanto pastor que deseaba matarlo, darle veneno en la comida, quitarle la cabeza con un machete, pero jamás tuve el valor. Mis hijos, uno a uno se fueron de la casa y se vinieron para la ciudad ya que vivíamos en una zona rural, no obstante, se convirtieron en profesionales.

Mi exesposo se enfermó del hígado por tomar tanto licor y cuando estaba agonizando me pidió perdón, me dijo que lamentaba todo lo que me había hecho, que yo era la mujer de su vida; pero yo le dije que se pudriera en el infierno. Él murió y pensé que al enterrarlo mi corazón se iba a sanar y que no sentiría ese odio tan profundo.

A pesar de que yo he recibido a Jesucristo en mi corazón no logro conectar con él, mis oraciones son vacías, mis ayunos no funcionan y no puedo ser libre. Yo anhelo ser libre y disfrutar mi casa, mis hijos y nietos pero nada funciona. Siento que voy a enloquecer con tantas cosas.

Hay una razón de peso para que le pase eso, le dije. Usted no ha perdonado a su exesposo. Él le hizo daño en vida, pero ahora que ha muerto le sigue haciendo más daño. La falta de perdón produce amargura y la amargura produce odio en su corazón.

El odio destruye nuestros sentimientos, nuestra paz mental y afecta nuestro organismo de múltiples maneras: ansiedad, depresión, ira, tormento mental, insomnio, pesadillas, ritmo cardíaco alterado, ataques de pánico, problemas de huesos, problemas estomacales, del colon, infecciones continuas, etc.

Perdonar es una de las cosas más difíciles para el cristiano y para mujeres como usted, que han sufrido abusos. Pero no permita que su exesposo la siga destruyendo. La mejor venganza que usted puede lograr es perdonarlo para ser libre, para disfrutar la vida que Jesús compró a precio de sangre, para ir al cielo que Dios nos ha prometido.

Aquella mujer lloró amargamente en mi oficina. Le pidió al Señor que le diera las fuerzas para perdonar a ese hombre. Al principio le costó, pero después fue recibiendo la paz en su corazón y la calma que viene del Espíritu. Hasta donde yo sé, ella mejoró considerablemente de su salud y se fue a vivir con uno de sus hijos a Estados Unidos.

Mis amigos y hermanos, lamentablemente en este mundo somos dañados por aquellas personas que dicen amarnos. Todos hemos sido heridos de una u otra forma, pero la diferencia entre vivir destruidos o edificados es sencilla pero dolorosa: PERDONAR LAS OFENSAS.

Sin el perdón no hay paz, ni comunión. Solo odio y rebeldía que abate el alma, contrista al espíritu y destruye nuestro cuerpo. Cuando perdonamos somos liberados y podemos disfrutar la vida en abundancia que Jesús nos ofrece. Recordemos sus palabras: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. (Mt. 5.8)

Entrégate a Jesucristo y sé libre de toda cadena de odio en tu vida. Si deseas que ore por ti para que Dios te dé la fuerza de perdonar, escríbeme.

Pastor Henry Cerna.

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Publicado por Henry Cerna

Siervo de Jesucristo. Ganador de almas. Esposo. Padre de una bella hija. Recorro el mundo predicando el evangelio.

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