Hacer tratos con Dios es una de las cosas más poderosas en la vida del cristiano. Pero si ese trato no se cumple, corremos el riesgo de intentar burlarnos de Dios y sufrir serias consecuencias. Este es el caso de Tomás, (nombre ficticio), quien se enfrentó a una situación muy delicada.

Tomás estaba casado con una buena mujer, pero aún no tenía hijos con ella. Juntos servían al Señor en la iglesia.
Él ya había tenido otro hogar y tenía hijos. De vez en cuando se veía con su expareja para estar con los niños. Úrsula su actual esposa no estaba de acuerdo, de hecho, se ponía celosa y muy irritada.
Un día que Tomás estaba de visita con su ex, comenzaron a recordar viejos tiempos al punto que tuvieron relaciones sexuales. Él ya era cristiano y no le dijo a nadie lo que había ocurrido. Se prometió no hacerlo nunca más por respeto a su esposa.
Con el tiempo Úrsula la esposa de Tomás salió embarazada y como es costumbre le hicieron la prueba del VIH en el Seguro Social. Cuando fue a traer la respuesta de los exámenes la pasaron con un médico. Éste le preguntó: ¿Qué sabe usted del VIH-SIDA? Después de una charla el doctor le dijo que era portadora del virus.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Úrsula, quedó en pánico y comenzó a llorar. ¿Pero cómo doctor? Yo no le he sido infiel a mi esposo.
Llamaron a Tomás al trabajo para que se presentará a realizarse los exámenes y en efecto, era portador del virus. Tomás reventó en ira contra su mujer, la trató de adúltera y de una cualquiera. El doctor le dijo que se tranquilizara porque tenían la sospecha que él estaba más avanzado en la enfermedad pero faltaban análisis.
Tomás se comunicó con su expareja para decirle que ya no podría ver los niños como de costumbre y ella le preguntó si todo marchaba bien. Tomás le contó todo. Finalmente su exesposa le confesó que era portadora del virus y que no le dijo nada porque quería vengarse de él por haberla dejado. Prácticamente ella lo contagió.

Tomás se hundió en la depresión al saber que no solo había sido víctima de una trampa sino que había arruinado la vida de su esposa y quizás hasta de su hijo por nacer. Con el tiempo su enfermedad se agravó al punto de estar como un esqueleto con la piel pegada al cuerpo, sus pulmones fallando, sus uñas y dientes cayéndose por las infecciones.
Ingresado de esta manera, me mando llamar para que orara por él. Al visitarlo le pedí que hiciera un trato con Dios, de que si lo sanaba de esa enfermedad le iba a servir todo el resto de su vida.
Oré por él con toda mi fe. Mi sorpresa llegó ocho días después cuando me comunicaron que había tenido una mejora considerable al punto que todos estaban sorprendidos. Con el paso de los días me di cuenta de que le dieron el alta.
Después de tres exámenes enviados al extranjero se comprobó que era completamente libre del virus del VIH. ¡Gloria a Dios!
Pasaron los días y Tomás disfrutaba con su familia. Se le veía relajado y muy bien de salud. Pero no se miraba por dónde comenzaba a servir al Señor. Cuando lo visitamos le llamamos la atención sobre este asunto.
Mira Tomás, con Dios no se juega, él no puede ser burlado. Si le prometiste servirle, cúmplele. Vete a los buses, a los parques a predicar que Dios te sanó de esa terrible enfermedad, para que otros crean en el poder de Dios. Por lo menos sirve a Cristo en la iglesia.
Lamentablemente no hizo nada de eso. Con los meses él seguía jugando videojuegos, viendo películas, disfrutando con su familia y hasta comenzó a faltar a algunos cultos.
Una noche recibí una llamada de su esposa, Tomás se puso mal. Lo llevaron de emergencia para el Seguro Social. Eso fue como a las nueve y media de la noche. Llegamos al lugar donde estaba su esposa esperando.

A las dos y treinta de la mañana le estaban entregando el cuerpo de Tomás, quien había fallecido repentinamente. Los médicos no daban crédito a esto, pero así sucedió. Tomás prometió y no cumplió. Su error se pagó caro.
Hermanos. Quizás le hayas prometido algo a Dios y no le has cumplido. A lo mejor tu vida no está acorde a la voluntad de Dios. Te hago el llamado como se lo hice a Tomás para que te vuelvas al Señor y le sirvas antes que sea demasiado tarde.
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