Muchos opinan que orar es perder el tiempo. Otros se sienten frustrados porque “oraron” pero nada ocurrió. Un alto porcentaje piensa que no necesita la oración sino sólo actuar para obtener el éxito. Otros dicen que orar es debilidad de carácter.

Yo descubrí la oración cuando tenía un mes de convertido a Jesús y sé que no es la tarea más llamativa del evangelio, pero es la práctica más poderosa que un creyente puede realizar.
La oración puede ser preciosa y al mismo tiempo una carga difícil de llevar. Todo depende de la óptica que tengamos. De hecho, la oración es un deleite para aquellos que hemos descubierto la presencia de Dios en ella. Pero aquellos que solo la usan con fines egoístas y manipuladores, encontrarán que su fruto es amargo.
Permítanme enumerar algunos errores frecuentes al momento de orar.
- No discernir delante de quién estamos. Estamos delante del Rey supremo.
- Orar con arrogancia o presunción. Creer que Dios esta en deuda conmigo.
- Estar siempre apurados. Típico de esta generación.
- Creer que podemos manipular a Dios o darle órdenes.
- Pensar que la oración es respuesta instantánea, una especie de café o sopa calentada en el microondas.
- Creer que Dios es el genio de la lámpara mágica que está siempre listo a cumplir nuestros deseos y caprichos.
- Rendirnos porque la respuesta se tarda.
- Sentir que la oración es pesada y una obligación, etc.
Al momento de orar debemos tener claro dos panoramas:
- Quién es Dios.
- Quiénes somos nosotros.
Dios es un ser supremo, gobierna todo el universo y es adorado en el cielo, en la tierra y temido debajo de la tierra. Es el dueño de la luna, el sol, la tierra y todo lo que existe en el universo. Es tan poderoso que nos podría aplastar como quien aplasta una hormiga. Aun así, es bueno, amoroso y misericordioso. Le encanta tener comunión con sus hijos.
En cambio nosotros no merecemos nada, si algo merecemos es arder en el lago de fuego por ser pecadores, ingratos y traidores. Con todo eso, por medio de Jesús fuimos hechos hijos de Dios y podemos acercarnos al trono del Señor para pedir socorro.
La clave radica en saber acercarnos.
Lo hacemos con temor y temblor pero a la vez con confianza, porque es su gracia la que nos sostiene. La oración entonces sirve para conocerlo a él y conocer su voluntad.
Si llegamos a conocerlo, lo amaremos por quién es él. Estaremos agradecidos por darnos a su Hijo Jesucristo y salvarnos de una terrible condenación. Buscaremos su rostro más que su bolsillo y sus manos.
Al rendir nuestra vida a él y procurar hacer su voluntad; entraremos en otra esfera de comunión. Nuestra oración estará alineada con su voluntad y se cumplirá la Escritura: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Jn. 5.14-15)
Si bien es cierto, hay fuerzas espirituales que se oponen a nuestra oración y que por eso debemos perseverar e incluso ayunar. Lo cierto es que el peor enemigo de nuestras oraciones es nuestro orgullo.
Dios sigue diciendo: si te deleitas en mí, yo te concederé las peticiones de tu corazón. (Sal. 37.4) Pero ¿Cómo puede un hombre o mujer que se deleita en Dios pedir algo egoísta, perverso o fuera de la voluntad del Señor? De ninguna manera.
Alguien que se deleita en Dios, querrá pasar mucho tiempo a solas con él y orar para que la voluntad del Padre sea hecha en la tierra como en el cielo. (Mt. 6.10) Orará por las almas perdidas, por los siervos de Dios, por la obra misionera en todo el mundo, por la iglesia y para que se adore a Dios hasta lo último de la tierra.
Es curioso, pero en ese afán, Dios te concede hasta lo que no le has pedido, pero deseas en tu corazón regenerado por el Espíritu Santo.
Practica la oración, no por religiosidad; sino para conocer más al Señor y unirte a su propósito de salvación. Él te use.
Pastor Henry Cerna.
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